MI HISTORIA CON LA SEÑORA MIASTENIA

02.05.2014 18:34

 

MI HISTORIA

CON LA SEÑORA

MIASTENIA

 

 

 

Juan Buendía Avila

 

En este escrito trato de relatar una de las experiencias más importante de mi vida y trato de recordar los sentimientos y las sensaciones que sentí en cada momento.

 

El relato transcurre desde Semana Santa del 2004 hasta el 26/5/2008

 

Juan Buendía Avila

 

 

 

 

 

II Edición - Enero 2014

 

 

 


         Comenzó en la Semana Santa del año 2004. Me encontraba en la huerta de mis tíos Pilar y José, en Caravaca de la Cruz; también se encontraban unos primos, Mar¡ Carmen y Manolo, con su hija Silvia y, por supuesto, mi mujer Eli. Ella fue precisamente la que una de esas tardes, en la que estábamos bajo la sombra de unas parras, me comentó que tenía que ir al médico. Notaba que se me caían los párpados.

         En aquel momento, no sabíamos lo que iba a significar esa caída de párpados, ahora si lo sé: fue la presentación de la señora Miastenia.

         Al regresar a casa, pedí hora con mi doctora pero, al estar de vacaciones, me pasó consulta la suplente que, en seguida, vio algo raro y me mandó a urgencias del Hospital de Fuenlabrada, donde una oftalmóloga -después de examinarme y tras consultar con una compañera- me dictó el siguiente diagnóstico: que no se apreciaba nada y que volviera en dos meses con fotografías. Como es normal, no me quedé muy conforme con el diagnóstico y volví a mi doctora, que me recomendó que inmediatamente me fuera a Urgencias del Doce de Octubre.

         Al examinarme un oftalmólogo, bastante joven, me comentó que creía que podía tener una enfermedad llamada Miastenia Ocular, pero que quería consultar con un neurólogo quien, por fin, confirmó la enfermedad.

         A partir aproximadamente del 30 de septiembre del año 2004, me empieza a tratar le enfermedad el neurólogo Eduardo Gutiérrez Rivas.

         Quizás no lo recuerde con mucha exactitud pero, hasta el 14 de mayo del año 2005, mi situación -en lo que yo recuerdo- era más o menos estable. Eso sí, con los miedos normales de tener una enfermedad totalmente desconocida para mí, e incluso para todas las personas que te rodean, y no sabes realmente cómo va a reaccionar tu organismo. Ese día 14, quizás sea el que recuerde con más miedo durante el resto de mi vida. Ese día, recuerdo que habíamos quedado con mi cuñado Rafa. Nos iba a presentar a Mar¡ - su actual pareja y, espero, que definitiva; yo, particularmente, he visto que su felicidad y tranquilidad ha ido en aumento, día a día.


         Habíamos quedado en una cafetería en Móstoles y, por suerte para nosotros, antes de entrar coincidimos con una pareja, que me produce una tremenda felicidad el poder verlos: nuestros sobrinos, Fernando y Verónica.

         Lo que voy a tratar de explicar, no creo hacerlo por ningún tipo de morbo ni por causar algún tipo de pena a nadie que lo pueda leer. Creo que es simplemente algo muy importante para mí y necesito recordarlo en la mayor medida posible, a ver si lo recuerdo.

         Para entender mi sensación, tengo que explicar que -entre los muchos fallos que tengo- creo que soy incapaz de estar con alguien y no hablar, y creo que muchas veces falto al respeto a los demás porque soy muy nervioso, e interrumpo a los demás permanentemente, muchas veces sin que ellos hayan terminado de hablar; me imagino que hay cosas peores y que los que me conocen me lo sabrán perdonar.

         Serían las dos de la tarde (qué hora menos taurina) y, como os decía, estábamos tomando una cerveza. Yo -sería Coca Cola o Trinaranjus-­ y, de repente y poco a poco, fui notando una sensación extraña, como si no pudiera con la lengua. Los demás hablaban y yo creo que no se dieron cuenta en ese momento de la angustia que yo empezaba a notar. Como pude, para no alarmar a nadie, traté de hablar lo menos posible, y afirmar o negar con gestos. Para mí es fácil, suelo ser bromista y muchas veces no saben si estoy de broma o enserio. El caso es que, como pude, salvé la situación y nos fuimos a Fuenlabrada con Fernán y Vero a tomar la última, como se suele decir. Eli y yo fuimos separados; teníamos los dos coches.

         Íbamos al Gambrinus, una cafetería. Según iba conduciendo se apoderaba de mi un miedo más intenso. Por lo desconocido y por no preocupar a nadie, creía que no llegaba. Ya estaban mis sobrinos. Eli, por suerte para mí, no había llegado. Tenía miedo porque ella se asustara; por desgracia, el susto a Fernán y Vero no lo pude evitar. Entré muy precipitadamente y les dije: "Me tengo que ir al Hospital, pero decirle a la tía que me han llamado y que he tenido que ir a ver a mi madre". Por aquel entonces estaba ingresada en una clínica. Creo que esto sucedió en un minuto, poco más o menos.


         En el tiempo que tardé en llegar al Doce de Octubre seguía aumentando mi angustia. Se le añadía el aumento de esa sensación de no controlar la lengua y, al mismo tiempo, de no poder tragar. Desde que comenzaron los síntomas, calculo que había pasado más de una hora. Al llegar a recepción, se puede decir que no me entendían. No me entendía ni yo. Serían ya las 3.30 de la tarde. Les comenté que tenía Miastenia y me dijeron que esperara en la sala de espera. Fue un ratito de cuatro horas. Fue tanta la espera que cuando me recibieron ya se me habían pasado los síntomas.

         Al comienzo de la semana y sin cita previa, me fui a ver al neurólogo para explicarle lo sucedido. La verdad es que le vi preocupado, y quería que me pusieran enseguida INMONOGLUBINAS pero, al mandarme al departamento correspondiente, me dieron cita para una semana posterior. Debido a la situación que me ocurrió el dos de junio, Eduardo se echó en cara a sí mismo que, en ese momento, me debía haber ingresado. Hasta que llegó el dos de junio -día, que creo, no olvidaré nunca-transcurrieron unas dos semanas, de las que no tengo un recuerdo muy puntual.

         En cuanto al día a día, fueron unos días de mucho miedo y nerviosismo. Yo, al desconocer lo que me podía ocurrir, estaba esperando el día que tenían que empezar a inyectarme el tratamiento. Lo que recuerdo era un empeoramiento creciente. Me costaba respirar. Cuando estaba sentado no me podía inclinar puesto que me dificultaba la respiración. En algunas ocasiones, Eli me tenía que dar la comida (tenía que tener la cabeza hacia atrás, no podía agacharla para comer). No recuerdo bien si me empezaron a fallar los brazos en algún momento.

         Por aquel entonces, recuerdo que habíamos comprado el regalo de nuestro amigo Antonio y, al saber que me encontraba mal, pasó una tarde a verme. Sabía que me encontraba mal, y estoy seguro de que se fue muy preocupado por la situación en que me vio. Por las noches no podía dormir; pero es que no me podía tumbar. Eli empezó a decirme que nos fuéramos al Hospital, pero yo le decía que no, pero no por no hacerla caso, creía que se me iría pasando. Pero, como he dicho antes, empeoraba día a día.

         Llegaron las primeras horas del dos de Junio y, por fin, entendí que no podía aguantar más. Eli llamó a mi vecino y amigo Pedro. No quiero ni recordar el rato que les hice pasar a los dos. Ellos hablaban entre sí y a mí ni me preguntaban. Creo que por la situación en que me veían, pienso que iban asustados. Tardaríamos unos veinte minutos en llegar, pero mi sentimiento es que fueron veinte horas. Nada más llegar me sentaron en una silla, y pasé por una sala. Otra vez miedo. Estaba llena de camillas con sus respectivos pacientes, y mi pensamiento es que allí me moría, que no podría aguantar. Pero me alivió el pasar de largo, y me metieron en una sala privada. Me pincharon en la arteria. Me dijeron que dolería, pero era soportable. Lo que soportas menos es cuando te dicen que no la han pillado. En esos instantes, yo ya agonizaba, me querían poner la mascarilla del oxígeno, pero no podían. Yo no les dejaba y no paraba de dar vueltas. Mi último recuerdo fue ver infinidad de batas verdes.  Me sujetaron como podían en una camilla camino de la UCI. Me oriné, cortaron el slip, me fui..................

         Lo del Hospital, no creo que superara los cinco minutos.

         Era sábado -día 4-cuando desperté. Fue un despertar suave. No me asusté. Había entrado en el Hospital por mi propio pie, y me encontraba en una camilla de la UCI, rodeado de todo tipo de máquinas, lleno de cables, de sondas. No podía hablar. Es difícil cuando estas entubado. No podía girar la cabeza, no tenis fuerzas.

         Médicos y enfermeras por todos sitios; era la UCI de Politraumatismo del Doce de Octubre. Para mí era enorme -normal, era la única que conocía- y aparecieron Eli y mi sobrina Susana. En ese momento, se te mueven -digamos- unos sentimientos de gran alivio. Te cogen la mano, te hablan con cariño, te miran con dulzura. Me imagino que era justo lo que se necesita en ese momento pero, y los que te ven a ti, ¿cómo se quedan?


         Posteriormente, me enteré de que me estuvieron pasando a ver desde la primera mañana pero, yo -parece ser- no les hacía mucho caso. Estaba de viaje.

         No sé si fue este mismo día, o en los posteriores, cuando a uno de los profesionales que recuerdo con más agrado -por su trato humano y profesional- se le ocurrió la idea de proporcionarme un abecedario. Es angustioso querer comunicarte y no poder. Para que no se me olvide este enfermero -entre otros muchos detalles-recuerdo que, a consecuencia de la sonda que me pusieron para la orina, tuve una herida en la misma punta del pene, y este enfermero me curaba con un cuidado excepcional. Me daba unas pomadas con sus dedos, me soplaba y notaba gran alivio. Este cuidado lo vi exquisito, porque algunas enfermeras, me daba la sensación de que tiraban la pomada, como si les diera reparo curar esa zona. Este enfermero se llamaba Eduardo y, por suerte para mí, lo vi hace poco en una revisión.

         En la situación en que me encontraba estaba muy sensible, y recuerdo que en una de las primeras visitas, le dije a Eli y Verónica que no quería que pasaran dos personas. Por suerte, con una de ellas las cosas han vuelto a la normalidad y, por causas que no deseo, con la otra parece que las cosas no tendrán nunca arreglo.

         De las cosas que más me alegro -y si es que no me engañan- es de que Eli se sintió bastante acompañada, y parece ser verdad. Recuerdo que muchas veces los tenía que echar para que pasaran otras personas. Yo sé que nos molesta ir a ver a alguien y que no nos dejen ver a esa persona. Aparte de que para mí todos los que me veían eran personas queridas, también respeto a las personas que no pueden pasar a verte por aprensión o miedo a la situación. A mi hermano le costó pasar, pero me alegro enormemente de todas las veces que le veía. Por desgracia, en la actualidad estamos bastante separados, pero yo nunca dejaré de quererle.

         De las personas que eché en falta están mis tíos, por causas totalmente justificadas: mi tía estaba recién operada de la cadera y mi tío -me parece- que estuvo informado desde el primer momento, me imagino que lo pasaría bastante mal. Aparte de que sé que estaba preocupado por mí, tuvo que estar engañando a mi tía durante al menos dos semanas.

         Casi me alegro -no seguro- de que mis tíos no pudieran estar junto a mí. No me quiero imaginar a mi tía viéndome en la UCI y a mi tío - él es un hombre reservado y, digamos, poco expresivo- lo que no quiere decir que esté exento de sentimientos.

         Bueno, volvamos. Voy a tratar de relatar algunas cosas que no creo que se me olviden. Quizás exagere, pero recuerdo que me tiré unos nueve días sin dormir. Una de las primeras noches fue desesperante. El movimiento en esta UCI es bastante importante, muchos pacientes que no tienen hora para llegar, el ruido de los helicópteros de día y de noche etc., etc. Pues una de estas primeras noches - recuerdo que eran chicas muy jóvenes- cada enfermera tiene asignado unos enfermeros, y cuando sonaba la máquina de ese enfermo, decían "Es mío", y las otras se despreocupaban. Pues bueno, no sé si tenían un cumpleaños y estaban toda la noche con un ajetreo, que yo estaba deseando que llegara el cambio de turno. Me parecieron bastante eficaces, pero me parece que en la UCI el silencio es fundamental.

         Voy a saltar a la noche siguiente. Me gustaron más en principio, pero se dormían en el turno y eran menos atentas con los enfermos. Desde el primer momento me di cuenta de unas personas que yo, antes de estar en la UCI, pensaba que eran unos parásitos: los CELADORES (les pido perdón). Tienes que estar ahí para ver lo que hacen. Quizás sean las personas menos valoradas, pero ellos cargan con los enfermos en cuanto se les llama, para cambiarlos de situación en la cama -hay personas muy pesadas y no manejan su cuerpo. Si no se está así, no se puede valorar. Luego hablando con algunos de ellos me enteré de que es muy frecuente, cuando llegan a cierta edad, que les tengan que operar de hernias discales. Recuerdo que mientras te lavan, ellos en muchas ocasiones te están sujetando y muchas veces haciéndote tus necesidades. No creo que sea muy agradable, sé que es su trabajo, pero cuando estas así y das con profesionales, es más fácil, mucho más fácil.

         Como no podía dormir, por la mañana estaba roto, y todas las mañanas nos lavaban, ¡qué martirio! Te molesta todo: que te muevan, de un lado, de otro, un cable que te tira, tú desnudo. Parece que pasan de ti, pero están a su trabajo, y cuando acaban, ¡qué alivio! Parece que te has recuperado y tienes ganas de salir andando y eso. Me parece que no pude ver la cama que tenía al lado en una semana. No tenía fuerzas para girar la cabeza. Después, a mirar permanentemente el reloj... ¡Ojalá sea la una! Es la mejor hora, la de las visitas, y luego las siete, son las horas más importantes de tu vida.


         Recuerdo que los peores momentos que solía pasar eran cuando me tenían que limpiar las mucosas, y esos momentos podían ser diez veces o más al día. Era una operación que se tarda -calculo- unos cinco segundos, pero es como si se te fuera la vida. Te quitan el tubo de la boca y te introducen -digamos- que una pajita, de unos treinta centímetros, y te aspiran las mucosas. Esos instantes no se los deseo a nadie, pero si os lo tienen que hacer a alguno de los que leáis esto, comprobaréis que se sobrevive después, así que no tengáis miedo. Lo que me ocasionaba a mí la intubación era un dolor en el pecho que me crecía día a día, lo que me obligaba a intentar, por lo menos por la noche, que me pusieran algún calmante. Siempre la misma respuesta: "Juan, en tu situación no te lo podemos administrar". Me podía causar más daño todavía, y yo entonces trataba de relajarme y pensar que quizás el próximo día tendría suerte.

         Creo que fue el jueves nueve. Como siempre, lo intentaba, y creo que esa noche era peor que otras. Hubo mucho jaleo en la UCI desde por la tarde hasta la madrugada. Se lo dije al doctor Chicote. Eran ya muchos días y quizás transigió un poco y, en mi interior, se lo agradecí enormemente. No sé lo que me dieron, pero tuve una sensación de estar levitando. Es como si saliera de mi cuerpo. Estaba relajado, observaba, pero no podía cerrar los ojos. No sé explicarlo bien; por una parte estaba más relajado pero, al mismo tiempo, más cansado.

         Una de esas mañanas, cuando han hecho el cambio de turno, pasaban los médicos, echando un vistazo general por todas las camas. Los nombres que por algún motivo más recuerdo eran los doctores Susana, Darío y Chicote.


         Susana, recuerdo que era la mayor. Con su pelo largo rubio, me parecía que era responsable de la zona. Al principio la veía como un poco fría, casi no hablaba conmigo, pero luego me trató con gran ternura cuando la necesité.

Chicote, cómo lo explico, le veía muy activo, seco y un poco chulesco. Tuve un pequeño roce con él en un momento, pero creo que es un gran profesional. Quizás le veía chulesco porque yo estaba hecho una mierda.

         Darío -Joder, qué injusto me sentí cuando me enteré de su nombre!- Yo le veía poco comunicativo, quizás un poco tímido, pero observador. Se le veía atento a su trabajo y, por lo que fuera, me caía un poco gordo. Recuerdo que yo sólo hablaba con el abecedario y, aunque las tenía aburridas a las enfermeras de tanto como hablaba con ellas, el resto del día no tenía otra cosa que hacer que darle vueltas a la cabeza. La cantidad de tonterías e injusticias que llegamos a pensar de personas que no conocemos... Pues ese día me dio por preguntar quién me había salvado la vida. Qué pregunta más tonta. Habrían pasado unos cinco días y se me ocurrió ese día, y me dicen que el doctor Darío, y pregunto quién es, y me dicen que es ese que está enfrente. Joder, él que me caía gordo! En cuanto me lo dijeron, le miré y coincidimos con la mirada. Le hice un gesto con el dedo para que viniera. Se acercó muy educada y rápidamente. Yo pedí la pizarra, y era la primera vez que me dirigía a él, en todo este tiempo. Escribí: "Gracias por salvarme la vida". Me cogió la mano y me dijo que era su trabajo, y yo le respondí que sí, pero que era mi vida. Ni que decir que desde ese día le veía como el más grande. No se me olvida que en ese momento crítico él estaba acompañado por un equipo, y no me puedo acordar de todos, pero le estoy agradecido a todos ellos. Una vez que salí del Hospital, volví a la UCI para darle las gracias de pie. No creo que me olvide de su nombre en la vida.

         No quiero mencionar muchos nombres para no ser injusto, porque se me olvidaría más de uno, pero todas las personas que no menciono: celadores (los mencioné anteriormente), enfermeras... Me sentí súper atendido por ellas -fueran las mías o no- siempre que las reclamaba estaban ahí. Las señoras de la limpieza... Las recuerdo sobre todo cuando pasaban por mi cama -era la última, estaba en un rincón- notaba una mirada de dulzura que te daba alegría. Ya sé qué pensarían: "¡Pobre hombre!" Pero tú valoras más la mirada. También tuve una fisioterapeuta unos días, y la recuerdo porque era muy agradable y me ayudaba con los ejercicios de respiración. Anteriormente mencioné a Eduardo, pero no quiero dejar de mencionar a otra enfermera.


         Ana -cómo decirlo- era tan atenta conmigo que me molestaba llamarla. En cuanto me veía moverme en la cama, decía: 'Juan, llamo a los celadores". Y yo, para no molestarlos, siempre esperaba a última hora, sobre las once o doce, calculo. Ana, recuerdo que la tuve dos o tres noches, pero me dejó gran recuerdo. Igual que Eduardo, una de esas noches vino una auxiliar nueva, se planta delante de mi cama, y me parece que no saludo. Yo estaba intubado pero seguía siendo una persona, y yo interpreté: "Vaya con este señor! Anda que no hay que ponerle cosas... ya veremos....O algo parecido. Como es normal, yo la quería meter en la cama y que estuviera en mi situación. Qué miedo me entró. Pensé: "Esta me mete todo de golpe, para descansar". Pero qué suerte tuve. Quien estaba enfrente de mí haciendo cosas, Ana, no la perdía con la mirada y, cuando coincidimos, la hice un gesto y vino. Me vio nervioso y me preguntó: "Qué te pasa, Juan?" Y se lo expliqué. Y ella me dijo con voz suave, muy amable, tocándome y cerca de mí: "Juan, tranquilo. Yo soy la única que te pone las medicinas". Cómo me alivió. Las auxiliares preparan los medicamentos. Los enfermeros las administran. Qué casualidad! A la mañana siguiente me pusieron un enema. Llevaba bastante tiempo sin hacer mis necesidades, ¿y quién fue la que cogió mi culito, me introdujo el enema y me fue masajeando los glúteos hasta que fue saliendo poco a poco lo que llevaba tanto tiempo sin salir? Ocurrió tal y como lo cuento. Eso saliendo y ella ayudando masajeando... Pues la auxiliar de por la noche. Otra vez pensé: Qué injusto he sido!

         Una mañana se me acercó una doctora que no me caía bien. Yo pienso que tienen que ser muy humanos y que sepan darle tranquilidad al enfermo hablándole, etc. Bien, pues se me acerca y me dice: "Juan, no podemos estar mucho tiempo con el respirador. Cuanto más tiempo pase, más perjudicial es para tu organismo y te puede dañar las cuerdas vocales. Si no reaccionas, tenemos que ir pensando en una traqueotomía". Trató de no asustarme y me dijo que consistía en un pequeño corte en la garganta, y que al poco tiempo se cerraría solo. No me caía bien, pero me lo explicó con tranquilidad y me encontré relajado, pero el miedo me quedó dentro. Desde ese momento era consciente de que me tenían que quitar el respirador a toda leche. Parece que fue como un revulsivo y empecé a mejorar, pero muy lentamente. Habían pasado muchos días, y a la hora de la visita seguía teniendo personas queridas, tanto familia como amigos.


         Como veía yo lo de la traqueo... Hay que pensar que mi ingreso fue por una parada respiratoria. Pues yo me imaginaba que me quitaban el respirador y me ahogaba, entonces estaría rodeado de médicos y enfermeros como en el ingreso y, al no poder respirar, me cortarían con un bisturí. Sonará ridículo, pero no dejaba de pensar en esa situación. Posteriormente, como tenía mis fuentes de información, pregunté y me dijeron que si eso ocurría -lo de la traqueo-, que me lo hacían allí mismo. Yo me imaginaba en el quirófano y que lo hacían en un momento. Eso me tranquilizó, pero seguía queriendo tener mi garganta como desde el principio de mis días.

         Habló conmigo la doctora Susana y me dijo que iban a tratar de que tuviera menos dependencia del respirador y me lo irían quitando paulatinamente. Me sentaban por la mañana y por la tarde en un sillón al lado de la cama, me desenganchaban y, con mucho cuidado, me sentaban en el sillón. Se empeñaban en moverme al principio entre varios (yo estaba muy débil), pero yo les dirigía a ellos: primero les decía que levantaran la cama de la espalda, luego le decía, a quien le tocara, que me diera la mano para yo poderme girar y, por fin, me ponía de pie. Qué miedo tenían, al principio, a que me cayera, pero desde el primer momento quería probar mis fuerzas, y estar unos segundos de pie me sentaba bien. La verdad es que no recuerdo bien el momento pero, me parece, que la primera vez me sentaron por medio de una grúa, y eso fue una pesadilla. Quizás por eso necesitaba probar que las fuerzas me respondían; la grúa, entre otras cosas, aparte de incómoda pareces una morcilla.


         Una de las cosas, que me dijo la doctora fue: "Cuando te encuentres cansado, lo dices y te volvemos a meter en la cama". Me parece que en general eran unas tres o cuatro horas por la mañana y por la tarde, y en un sillón sin fuerzas para moverte. Sólo observar se te hacía un poco pesado, por eso se agradecen tanto las visitas.

         De todas formas yo buscaba mis distracciones. Tenía enfrente a un tal Zacarías. Me parece que sufrió un accidente y su vida corrió mucho peligro. Él estaba obsesionado con la sonda y todo el día trataba de quitársela. Yo creo que al cabo del día le llamarían más de cien veces: "Zacarías, no te la quites", "Zacarías, no tela quites" y él, erre que erre. Recuerdo que al principio llamaron a su madre y vi a las enfermeras muy humanas con esa mujer, que llegó sola y trataban de consolarla, porque parecía inminente su muerte. Me parece que le volvieron a operar y recuerdo a sus familiares viéndole. Serían las tres o cuatro de la mañana, y tú te enteras de todo.

         Siento que en esa UCI es muy difícil que uno se vaya, y que si tienes un problema serio, ojalá tengamos la suerte de caer en sus manos. Pero hay que pensar que yo al menos estuve nueve días a plena conciencia, y fue muy duro el no poder descansar. Un día, unas enfermeras estaban discutiendo de temas laborales, a voces, y ese día parecía que yo estaba por la labor de poder descansar, y ellas con la cantinela. Cuando por fin viene la que me tocaba a mí esa tarde y me pregunta: "Juan, ¿tú qué opinas?" (Estaban acostumbradas a hablar conmigo -tenía el abecedario casi desgastado- y me sabía casi todas las historias que allí ocurrían; al final les decía que yo era como un gran hermano) Pues le conteste que no creía que ese fuera el lugar adecuado para esas discusiones y esas voces, los enfermos tenemos que descansar. Y me dijo: "Juan, aquí el único que se entera eres tú". Pero la chica me pidió disculpas y me dijo que tenía razón. Al fin y al cabo, es un trabajo y los compañeros hablan de sus cosas. Me parece casi normal, pero en una UCI o UVI, la tranquilidad para el enfermo es fundamental.

         Volviendo a lo que me comentó la doctora Susana... Una tarde le dije al enfermero (antes de que él me lo dijera, yo solía esperar a que ellos me sentaran, pero ese día yo estaba más fatigado) que, por favor, me pusieran ya en la cama y me dijo: "Un momentito y te ponemos". Esto lo escuchó el doctor Chicote, y a lo lejos le oí decir: "Lo nunca visto, en la UCI del Doce de Octubre mandan los enfermos sobre los enfermeros". O algo parecido. Casi me levanto y voy por él. En ese momento mismo del comentario, vi que se iba para el despacho y, a otra doctora que coincidió con mi mirada, la llamé y le dije que, por favor, le fuera a buscar. Me preguntó que a quién (ella no sabía lo que pasaba). Le dije que a Chicote y, la verdad, vino al momento. Él ni se imaginaba porque le llamaba. Me dijo: "¿Qué quieres Juan?" Le respondí: "Yo he hecho lo que me ha ordenado la doctora Susana. He hecho todo lo que ustedes me dicen". Y me respondió que sí, que era muy buen enfermo. Entonces le dije que si entre ellos no había coordinación, no era mi culpa. La verdad, creo que me entendió y no pasó nada más. Este es el encontronazo que mencionaba anteriormente con este doctor, pero no le doy mayor importancia. Cuando compartimos mucho tiempo es fácil chocar por cualquier motivo.


         Me parece que fue el jueves día nueve cuando Susana me dijo que me querían quitar el respirador al día siguiente.

         Tuvimos una pequeña conversación. Sabía que yo tenía miedo y trató tranquilizarme. Llegamos a un pequeño acuerdo. Le dije que, cuando me quitaran el respirador, no quería gente alrededor, que yo me relajaría y trataría estar tranquilo. Creo que así sucedió, y le dije que me lavaran cuando yo lo dijera (nos lavaban a primera hora y yo necesitaba mi tiempo; tú controlas mejor el tiempo de tu cuerpo que nadie) y me dijo que de acuerdo. Pues bien, a la mañana siguiente, al primero que vienen a lavar es a mí, y les digo que no, y discuto con una enfermera. Le digo que cuando yo quiera, que tengo permiso de la doctora. Pues esa mañana vi por primera vez a una enfermera rubia que no paraba de hablar, me parece que era de las más antiguas de allí. Yo veía a Susana que no me quitaba ojo en toda la mañana, pero a distancia, como para que yo no la viera. Y por fin se acerca otra enfermera y me dice: "Juan, ya si hay que lavarte. Lo ha dicho la doctora". Y entendí que ya no podía replicar. Esa mañana fue muy tranquila. La situación que recuerdo en la UCI es que, al poco, se me acercó la enfermera nueva muy amable y me dijo: "Juan, en un ratito ya te quito el respirador. Estate tranquilo". Me tranquilizó enormemente. Lo primero que pensé: "Pues no será tan complicado. Si me lo hace la última que ha llegado". Y, además, se la veía con experiencia.


         Llegó el momento tan temido por mí. Se me acercó, y me dijo: "Sólo necesito que abras la boca lo más posible". En ese momento observé a Susana, sentada como a unos cinco metros, y controlando todo a mi alrededor. Mucha tranquilidad. No sé si fue por lo que hablé con ella o por un cúmulo de circunstancias. Yo prefiero pensar lo primero, y por ello le estoy muy agradecido. Salió como deseaba. Abrí la boca y tiró para sacar el tubo. Salió con mucha facilidad. La sensación que sentí es como si te quitaran una ventosa, y percibí como un sabor a cacao. Me pusieron una mascarilla pequeña de oxígeno. Estaba incorporado en la cama y relajarte es la mejor manera de pasar los nervios. Recuerdo que las primeras palabras que me salían eran como un hilito, pero era mi voz después de diez días. La enfermera que estaba atendiendo al vecino era con la que había discutido por la mañana por lo de lavarme, y le pedí disculpas. Me dijo que no hacía falta, que era normal. Le di las gracias a quien me quitó el tubo. Lo hizo muy bien y, por supuesto, a la doctora en cuanto se acercó. Con el miedo que tuve tantos días y qué fácil fue ese momento!

         Quiero recordar un día que Eli me vio llorar. Cuando llega la hora de las visitas, lo que tratan en ese momento es de que esté todo lo más normal posible, para que las visitas no vean nada desagradable. Lógico. Muchas veces, cuando vamos como visitantes, nos impacientamos porque han pasado unos minutos de la hora y no han llamado. Lo que ocurre casi siempre es que puede haber un ingreso, y lo primero es atenderlo o que, en mi caso, por ejemplo, me tengan que sacar las mucosas etc., etc. Pues bien, una tarde se les echó el tiempo encima. Yo tenía todo calculado y necesitaba al menos media hora sentado para recuperar mis fuerzas. Como me parece recordar que he contado (o si no, no pasa nada, lo cuento ahora), de la manera en que se llegó a quitar el respirador el viernes es porque unos cuantos días antes, al sentarme en el sillón, me desconectaban el respirador por la mañana y por la tarde, para ver lo que era capaz de aguantar por mi cuenta. Una cosa es quitar el tubo y otra desconectar. Cuando me desconectaban, el tubo seguía puesto. Bueno, pues quedarían unos diez minutos para la visita de la tarde y me viene la enfermera y me comenta que hay que sentarme ya. Le digo que no da tiempo a que me recupere y me van a ver agitado. Me contestó que eran órdenes de la doctora. Precisamente la que me comentó lo de la traqueotomía, y no me caía bien. Pues siguió sin caerme bien. Le dije a la enfermera: "Somos como las fieras". Y se extrañó y me preguntó: "Por qué lo dices?". Le dije: "Hay que colocarnos para que nos vean". Me entendió, pero ella cumplía órdenes. Yo sé que esa tarde Eli y los que pasaron con ella se habrían llevado mejor recuerdo si yo hubiese estado en la cama. Eli enseguida se dio cuenta y me preguntó que qué me pasaba. Yo siempre trataba de que me vieran lo mejor posible y me fastidiaba que, por una decisión absurda, tu familia y amigos se fueran peor. Esa doctora se ve que interpretaba: "Si ayer estuvo sentado y hoy le ven en la cama, es como ir para atrás". Yo en la cama habría estado mucho mejor.

         La doctora Susana, con más años, tenía experiencia y te escuchaba. La otra, bastante más joven, por lo que se ve estaba de vuelta. No la veía trato humano con nadie, ni con las enfermeras. Daba la sensación de que estaba allí porque le había tocado esa carrera. Seré duro, pero Eli ese día lo tuvo que pasar mal, por una decisión absurda; el mismo hecho de pasar día tras día, mañana y tarde, me parece que es suficiente como para no empeorarlo.

         Ese viernes tan decisivo para mí -me quitan el respirador, estoy relajado y adaptándome a la nueva situación (me había quitado un peso de encima)- pues calculo que, sobre las dos de la tarde, corre un murmullo por la UCI: ha habido un accidente en la carretera de Andalucía, un autocar. Yo creo que se pusieron muy nerviosos. Estaba de guardia el doctor Darío. Yo les veía con mucha precipitación: jóvenes, que si no tenían camas, que si en otra UCI... cuando todavía no tenían ninguna certeza de la gravedad del accidente. Yo pensaba que, aun siendo un autocar, podían ser cincuenta personas, y en un radio muy cercano hay muchos hospitales. No tenían por qué caer todos en el Doce de Octubre. El caso es que en días posteriores, en mi UCI solamente hubo un ingreso de ese accidente. Bien, pues yo estaba viendo lo que iba a suceder. Yo era el que mejor estaba, ¿a quién se iban a cargar? A mí. Cuando pasó un rato, vino el doctor y no le dejé hablar. Le dije: "Si me tiene que trasladar, no se preocupe". Me dio las gracias, pero yo seguía viendo que llevaban mucha precipitación y los hechos, como he contado, me lo confirmaron.

         Me ponen el oxígeno en la cama, mi historial y las pocas cosas que tenía (entre otras cosas, una foto de mi sobrina Raquel y de su hijo Roberto) y a toda leche salí de esa UCI. Había pasado más de una semana y me echaban. Allí estaba protegido, conocía todo. A dónde me llevarían, no sabía, pero a toda leche sí. Pasillo a la derecha, a la izquierda, ascensor... Era como si estuviera de excursión después de una semana y, de repente, nos paramos y no me gustó.

         Era la UCI que en principio me correspondía, pero como me enteré bastantes meses después, en el momento de mi ingreso no me quisieron, por lo visto, porque no tenían camas, y se ve que si no tienen camas, la mejor solución es dejarte morir, como me explicaron muy posteriormente, y por eso le estaré eternamente agradecido a la UCI de POLITRAUMATISMO. Cuando yo agonizaba, tuvieron un serio encontronazo entre los doctores, y parece ser que ahora estoy escribiendo esto porque hay doctores que ennoblecen su profesión. Ojalá algún día sean todos iguales, por lo menos es bonito pensarlo. Pienso que lo primero es salvar la vida y después, si lo hemos conseguido, vamos a ver dónde colocamos a esta persona; si lo hacemos al contrario, nos podemos encontrar con la paradoja de no tener enfermos, pero si camas.

         Ya que me voy de Politraumatismo, quiero recordar algunas cosas: mi neurólogo, Eduardo. Que yo recuerde, me visitó en dos o tres ocasiones. Por lo que me contó Eli, se sentía un poco culpable porque en su momento me tenía que haber ingresado pero, la primera vez que me fue a ver a la UCI, le dije que eso no tenía arreglo y que yo necesitaba que se centrara en saber lo máximo posible de la Miastenia, para que me ayudara cuando saliera. Me agarró, me miró y no me pudo contestar. También pasó un día el neurólogo que me detectó la enfermedad en Urgencias. En general recuerdo esa UCI con mucho agrado, pero no puedo recordar todos los nombres.

GRACIAS, UCI DE POLITRAUMATISMO DEL DOCE DE OCTUBRE.


         Esa UCI, aparentemente tenía que ser mejor. Para mí mucho más tranquila y una atención, digamos, más personalizada, pero enseguida me di cuenta de que tendría problemas. De momento eran un tipo de "boxes" privados, y tienes a una enfermera para ti solo. En POLITRAUMATÍSMO yo tenía mucho espacio abierto, y aquí era todo más pequeño. Si añadimos que esa misma mañana me habían quitado el respirador -el traslado en un momento en que me estaba habituando a respirar por mí mismo y necesitaba estar muy tranquilo- pues yo tenía miedo de que llegara la noche. También tenía mucho calor. Pues llegó la noche. Creo que esa noche sentí lo que es tener ganas de quitarte la vida. Quizás sea un poco exagerado. Tenía esa noche a una enfermera que se llamaba Pepi, digo que se llamaba, porque creo que esa noche debió acabar aborreciendo su nombre. Me pasé toda la noche llamándola. Estaba muy incómodo, la mascarilla de oxígeno que me pusieron por la mañana era de plástico, y después de todo el día y con el calor que tenía, era como si se me clavara en la cara a pesar de tener barba, y el ruido que me producía el oxígeno era angustioso. Le decía a Pepi que me desenganchara, que no podía con el ruido. Me venía de atrás donde estaba la maquina, y le decía que cómo no se les ocurría inventar una que no hiciera ruido. Más calor, y vueltas y más vueltas... Tengo que añadir que de donde yo venía, sin que llamara a nadie, siempre tenía a alguien que en menos de un minuto estaba al alcance de mi vista. Aquí no se metían por la noche, en un despachito y tenías que llamar a voces, y yo esa noche pasé un agobio innecesario. Sé que me dormí por desesperación a las siete de la mañana. Recuerdo que me desperté a las siete y cuarto, y mis sensaciones se renovaron al momento. Duermes con ganas de morirte, y luego te despiertas y ves todo distinto, después te lavan y el alivio es mucho mayor. Recuerdo que lo primero que hice fue pedir disculpas a la enfermera por la noche que le hice pasar. También recuerdo que en el cambio de turno -lo estaba escuchando desde mi cama-, como me cabreé, se refirieron a mí con un número. Llamé a esa enfermera y le pregunte que quién estaría conmigo. Me dijo que ella y le dije que me llamaba Juan, que yo no era un número. Se me ha olvidado comentar que, cuando vas de un sitio a otro, te viene el doctor correspondiente a que le cuentes que te ocurre y acabas hasta las narices. Yo les decía que para qué querían el historial. Se suavizaba luego la coa y, curiosidad, todos tenían conocimiento de lo que ocurrió en mi ingreso.

         Ese doctor -supuestamente de los "malos" puesto que él me conoció en el momento del ingreso, y según me dijo él y como comenté anteriormente, no quisieron hacer caso de mi ingreso- bueno, pues esa mañana tuvo un trato correcto conmigo. Le pregunté qué iban a hacer conmigo, que para la Miastenia no es bueno el estrés, y que yo no podía pasar otra noche como esa. Me daba miedo sólo el pensarlo. Me dijo que trataría de hacer todo lo posible para sacarme de allí. Por la mañana tuve visitas. Como siempre, fue Eli. No me falló ni un día. Seguramente ella no se pueda hacer a la idea de lo que yo pasé esos días pensando en ella y pensando, sobre todo, en cómo estaría ella sola en casa y las vueltas que le di a la cabeza. Por el día era más llevadero pero por las noches...

         No recuerdo quién pasó esa mañana con ella, pero yo ese día estaba nervioso. Quería salir de allí y el día se me hacía interminable. Recuerdo que por la tarde estuve un poco angustiado. Se oía a un chico joven desesperado, dando voces, diciendo que se habían cargado a su madre. Por lo visto, la habían operado de una liposucción en una clínica privada y, por lo que se ve, la hicieron una chapuza y, por lo que yo escuchaba, estaba en una situación crítica. Vino el doctor y me dijo que seguía haciendo todo lo posible para mi traslado y que había contactado con la planta catorce, Neurología, y que bajarían a hablarme para trasladarme. Eso creía él.

         Al rato me vienen dos mujeres -no recuerdo si eran enfermeras o al menos una doctora- es igual, seré injusto, pero me dio la sensación de que sobre todo una -la que más hablaba- era de las que no te inspiraban confianza. Me empezó a contar historias.., que si, como era sábado, habría poco personal en la planta, que sería mejor el lunes, etc., etc. Lo que yo creo es que lo que menos les importaba era mi situación. Yo les insistía, pero ella seguía con las pegas. Al final me dijo que el domingo por la tarde. Le pedí su palabra y me dijo que sí. Pues fue que no, y curiosidades de la vida, su cara se me quedó grabada, y hace cosa de dos meses me la tropecé esperando en la consulta del neurólogo. Le dije: "Han pasado más de dos años, ¿tienes un segundo?" (No se merecía que la llamare de usted.) Le dije: "Hace más de dos años me ibas a recoger en la UCI. Ya no hace falta que vayas, salí ya". Ni me contestó. Es de esas personas arrogantes, que parece estar más pendiente de que la miren que de tratar con humanidad a los enfermos. Al rato, vino el doctor y me preguntó qué había ocurrido. Se lo expliqué y, digamos, que no le gustó cómo se portaron conmigo, y se fue rápido y cabreado. La enfermera me comentó que creía que por mediación del doctor y, por la insistencia que éste puso, me subirían a Coronaria. Casi fue peor lo que me pasó al rato por el cuerpo.

         No quiero ser pesado, pero yo estaba muy intranquilo y le daba muchas vueltas a la cabeza, pues, ¿qué era para mí Coronaria en ese momento? Malo, muy malo. Yo imaginaba, no sé... que iba a ver hasta los corazones que se salían, cuando a alguien le daba un infarto, muchos nervios.., me imaginaba un ajetreo terrible. Sé que parece una tontería, viéndolo ahora, pero en aquel momento lo veía así.

         Se acercaba la hora de la visita y yo seguía allí. Tenía asumido que esa noche tendría que seguir allí, pero la esperanza nunca se pierde y, por fin, escuché las palabras que quería oír ("Juan, te trasladamos"). Me parece que dejaron pasar un momento a Eli. Qué traslado! Qué alegría sentí! Parecía un torero saludando. Pasé por unos pasillos donde estaban las visitas, no sé...     Parecía la vuelta al ruedo, todos saludándome. Yo creo que esa tarde había más de diez personas y todas mirándote a ti. Parece que eres importante para alguien. No lo digo sólo por esa tarde, hubo muchas personas que fueron varias veces, tanto familia como amigos. No quiero nombrar a nadie -a no ser que sean momentos muy puntuales- para que no se moleste alguien si me olvido de él. Me puedo olvidar en el momento de escribir, pero no en mi recuerdo. Incluso personas con las que posteriormente se han enfriado las relaciones, me acuerdo mucho de sus visitas y palabras de ánimo.

         El miedo que sentí por la tarde cuando me dijeron que iba a Coronaria y cuando, por fin, se para la camilla, en ese mismo momento sentí una sensación de alivio y calma que no había sentido en los últimos nueve o diez días. Era como si todo se hubiera parado. En principio, era más espaciosa que la anterior, blanca, no se oían ruidos, no sé cómo describirlo. Se acercó enseguida la enfermera con la auxiliar, y se hacen cargo de ti, te colocan las vías, etc., etc. Digamos que en ese momento le perteneces a esa enfermera y me dio tranquilidad. Como algo excepcional dejaron pasar a Eli. Ya se había pasado la hora de la visita, y esta UVI era más rígida en cuestión de visitas. En las anteriores, podían pasar todas las personas que quisieran; eso sí, de dos en dos. En Coronaría, solamente dos personas. Recuerdo que fue la primera vez que comí. Como he dicho, pasó Eli y me dio la cena, arroz blanco y pechuga de pollo. No creo que en ese momento hubiera alguien comiendo con más alegría que yo. Digamos que, en el mundo de los afortunados, estamos los que tenemos comida y no la sabemos apreciar. Yo creo que esa noche Eli se fue con otro ánimo. Creo que me cambió la cara al momento de llegar a esa UVI. Eli preguntó que si podía pasar alguien más, y la enfermera accedió y, como es normal, yo dije quién quería que pasara esa noche. Cuando hice el paseíllo, vi los padres de mi amigo Antonio, y le dije que pasaran ellos. Hasta ese momento no los había visto, y son unas personas mayores y sé que me aprecian. También dije que pasaran mi prima Mar¡ Carmen y Manolo. No los había visto tampoco hasta ese momento. Esa noche tuve que elegir. Algunos de los que estaban fuera, se puede decir que los veía y los iba a ver con asiduidad: Fernán, Vero, Antonio, Josefina, etc., etc.

         Cuando por fin se fueron -calculo que serían las ocho- me quedé en la gloria. Creo que a los cinco minutos estaría dormido, hasta que dieron las ocho de la mañana. Por fin pude dormir a gusto.

         Quiero recordar que era domingo y tocaba desayuno especial: croissant, pero sin plancha. Saboreé cada cuerno individualmente, untándole mermelada y mantequilla. Era un manjar, y el sol que entraba radiante por la ventana... Esa mañana creo que Eli me vio muy bien. Ese domingo ya me habían quitado la sonda de la nariz y por la tarde me quitaron la de la orina. Ese día estuve bastante bien, sólo estaba preocupado por la carrera de Fórmula 1, que la iban a suspender por un problema de las ruedas, era la carrera de Indianápolis. Fue tanta la mejoría que al día siguiente, lunes, me subieron a planta.


         Antes de que se me olvide, no sé por qué motivo, en algunas de las visitas que tuve -sobre todo en la primera Ud.- sentía una gran emoción y no podía hablar. Aparte de por el tubo, también sé que Eli se comportó de una manera ejemplar. En lugar de compadecerse de mí, me hablaba con toda normalidad y dándome ánimos para que reaccionara. Si tú en esa situación ves a los otros llorando, te desenganchas tú mismo de las máquinas.

         Me dicen: "Bueno, Juan, te hemos buscado una habitación muy tranquila". Eli también estaba ahí, bueno, perdón, Eli siempre estuvo. Llegamos a la planta 14, habitación 1449/2, ¡jod ... ! que si era tranquila... Me encuentro con un compañero de habitación, de unos 74 años, que ha tenido un derrame cerebral, está atado y no puede hacer nada por sí mismo. Demasiado tranquila la habitación, para mi gusto... Con lo que me gusta hablar a mí, y un compañero que no podía hablar... Sólo soltar alguna palabra esporádicamente. Traté de sacar algo positivo: la ventana era mía y el baño también. Algo era algo.

         En planta ya no eres, digamos, un niño mimado. Tienes que aprender a subsistir; por ejemplo, antes las medicinas eran sagradas a su hora, pero aquí muchas veces se lo tenias que recordar, y por las noches tenía que aguantar sin dormir para tomármelas a su hora. Antes era una enfermera por enfermo, pero ahora, quizás sería una enfermera por veinte enfermos.

         A pesar de todo, me encontraba bastante mejor, y empezaba a depender de mi mismo. Cuando me quería incorporar o levantar, me sujetaba a la mesilla y, tirando con el brazo izquierdo, me impulsaba y lograba levantarme. Me costó un poco habituarme. A mi compañero, la primera noche pasaron a limpiarle al menos unas cuatro veces, se hacía todo encima, el pobre hombre. Se llamaba José, y luego me enteré por sus hijos que su mujer estaba ingresada en la planta de abajo, y estaban tratando en esos días de trasladarlos a una residencia en Griñón. Al final lo consiguieron. José no tenía otra obsesión, durante todo el día, que desatarse. Lo sentaban en el sillón y lo tenían que atar. Muchas veces, según lo ataban, tenía que llamar yo a los enfermeros. Según salían, algunas veces él ya había logrado desatarse. Era increíble. Una mañana le pregunté unas cosas y me sorprendió. Le pregunté: "José, ¿le gusta el fútbol?" Me dijo: "Un poco." Y le dije: "Y los toros?" Me dijo: "Más. Me gusta el Juli". Y, a continuación, le pregunté: ',Cuántos años tiene? Y me dijo: "Treinta y tres". Era sorprendente. En un segundo te hablaba con lucidez y, al siguiente, era otro ser. Por las noches tenía pesadillas y llamaba a su madre. Otro día le visitó una señora, me parece que era su nuera, y por la tarde le dijo a su hijo quién había estado por la mañana. Era sorprendente.

         Era martes y pasó la enfermera. Serían las siete de la mañana. Me dijo: "Le tengo que pinchar en la arteria. Es para los gases. No se preocupe, duele un poco, pero suelo atinar a la primera". Yo me sonreía por dentro. Como es normal, no me pinchó a la primera y se puso un poco nerviosa. Le dije: "No te pongas nerviosa. Pincha con calma, pero cuando llegues a la arteria me avisas y me quedo tranquilo". Luego al rato, lo de siempre: desayuno, enfermeros, tensiones, el doctor, etc., etc. Menos lo del lavado -aquí ya depende de ti- me parece que fue ese día cuando Eli me ayudó y me dio la primera ducha. Un poco complicada, porque todavía tenía puesta la vía central y el oxígeno, pero fue un alivio sentir el agua cayendo por mi cabeza.

         Respecto a las comidas, se puede decir que se podía comer, a pesar de lo mal criado que he estado por mis abuelos. Nos querían tanto y nos querían proteger tanto, a mi hermano y a mí, por causas que no vienen al caso, que nos malcriaron, si es que se puede criticar eso. Pero lo que más recuerdo de mis abuelos es que hay muy pocos días al cabo del año en que no me acuerde de ellos, y ahora después de muchos años pienso que fui un poco egoísta con ellos. Cuando eres joven se ve todo de otra manera, pero estoy seguro de que nunca les hice daño, de manera intencionada. Se llamaban Carmen y Juan, primero se fue ella y luego él.

         Como yo no tenía mucha hambre, lo de la comida se solucionaba fácilmente. Era difícil que no te gustara el primero o el segundo plato, y luego la fruta, o el yogurt. Luego tenía un problema añadido: no fueron muchas veces, pero en algunas ocasiones a la hora de la comida -los voy a llamar pequeños ataques- no podía tragar y se me paralizaba la lengua. Me ponía un poco nervioso, pero trataba de no asustarme y pensaba que al rato se me pasaría. Así ocurría. A la hora de la merienda, un vaso de leche con cuatro galletas. Les pedía un yogurt si lo tenían, y casi siempre que lo pedí me lo consiguieron.


         Una de estas primeras mañanas tuve un pequeño accidente. Se me escapó un gas, pero no era gas. Me había puesto a orinar en el borde de la cama con la pera y ocurrió en ese momento. Qué corte! En ese momento entró una auxiliar, Nati. Casi sin hablar, se dio cuenta enseguida y me dijo: "No te preocupes, que ahora vengo y te limpio". La que iba con ella, más o menos dijo que no era su trabajo, pero Nati dijo que yo todavía no me valía por mí mismo, y que a ella no le pedía que le ayudara. Al rato vino y me lavó.

         No recuerdo si fue ese día cuando, en la visita del doctor, le pregunté qué cuántos estábamos en la planta con mi enfermedad. Me sentí un bicho raro, me dijo que sólo yo.

         Recuerdo que Nati nos dejaba el desayuno y a José, que no podía hacerlo por sí mismo, se lo daba ella. Y lo que me gustó de ella es que le trataba con el mismo cariño o más que a mí. Por eso diferencio entre unas personas y otras, en algunas ocasiones.

         Los días no se me hacían muy pesados. Era cuestión de llevarlo lo mejor posible. Era una rutina, pero lo único que no era rutina eran las visitas que siempre tuve, y a veces te sorprendías, aparecían personas que no esperabas.

         A José, un día vino un chica joven cuando le iban a lavar y luego le tenían que sentar. Pues a esta chica la oí comentar: "Pues no lo sentamos. Yo me voy mañana de vacaciones y no quiero hacer ningún esfuerzo por si acaso". Iban cuatro y no lo sentaron. En algunas ocasiones, vi que una persona sola lo sentaba. No era cuestión de fuerza si no de querer. Al rato vino el enfermero, le dije: "A José no se le sienta hoy". Y él preguntó: 'Por qué no? Como todos los días". Le comente lo que había ocurrido, y a los dos minutos volvieron y José, con su lucha de tratar de desatarse, y se desataba.


         Había una tal Petri que estaba todo el día dando voces. Menudo ejemplo! Ya José, ella pensaría que si le daba voces, le iba a hacer más caso. Por la noche no le importaba que fueran las dos, las tres..., ella a voces, y entraba en la habitación encendiendo las luces, para cualquier cosa.

         Ahora pienso que, con su mentalidad, ella pensaría: "Como estoy de noche y no duermo, vamos a fastidiar a los enfermos". Luego le planté una queja a su superiora. Sin embargo, otras enfermeras entraban por la noche para tomamos la tensión, o cualquier otra labor, y llevaban una linternita para no molestarnos. A estas yo les decía que no se preocupasen, que si tenían que dar la luz, que la diesen, y me respondían que no me preocupara, que veían así. Sigo pensando como anteriormente, que hay personas vocacionales (creo que en la medicina es fundamental) y otras que van simplemente por el sueldo pero, cuando se trata con enfermos, no es igual que si estamos en una fábrica.

         Un día vino a verme mi madre. La trajo mi hermana, que venía a verme casi todos los días, y además fue ella la que me proporcionó la televisión. Me la instaló su marido con Emilio, mi sobrino, que también fue muchos días. Mi madre había tenido una rotura de cadera y se la ingresó en la SEAR. No sé cómo definirlo, pero me gustaría que a este lugar no tuviera que volver ningún ser querido, e incluso sin ser querido. Ojalá cambie algún día esta clínica. Pues bien, mi madre estaba unas plantas más abajo, la habían trasladado para hacerle unas pruebas, y una mañana vino a verme en una silla de ruedas. Posteriormente, cuando estuve más fuerte, ya bajé yo a verla.

         Llevaba dos o tres días en la planta, y me encontraba mucho mejor. Me empezaba a valer por mí mismo, podía ir al baño solo, coger el agua, leer, etc., pero el jueves empecé a encontrarme mal. Fue poco a poco, y me vino la fiebre. Al mediodía, recuerdo que vinieron Antonio y Josefina. Sé que nos quieren mucho a mí y a Eli. Antonio aparte, digamos que es un poco aprensivo. Posteriormente, me enteré de que en una o dos ocasiones después de verme como me vio, cuando volvían para casa, se tuvieron que pasar por el hospital, para que lo vieran a él. Le afectó el verme así. También sé que sus hijos, Mar¡ y Antonio, lo pasaron bastante mal. Nos conocen desde que nacieron, y tenemos muy buena amistad con ellos y, sin egoísmos, cuando por circunstancias estamos un tiempo sin vernos (vivimos a menos de un kilómetro), pues nunca nos echamos nada en cara. Yo, por circunstancias de inestabilidad en el trabajo, paso por muchos estados de ánimo, y por eso no me muestro cómo realmente soy. Siempre que los necesito están ahí, y yo quizás no siempre estoy ahí. Cuando me vieron, se dieron cuenta de que no me encontraba bien y los dos tenían prisa (temas de trabajo). Les dije que se fueran, que no se preocuparan. Antonio se tuvo que ir, era una entrevista y no la podía dejar. Josefina insistió en quedarse, y se quedó. Fue un gran alivio que se quedara hasta que llegó Eli.

         Pasó un mal rato, igual que Antonio. Antes de irse, le dije a Antonio que me incorporara. Hasta ese momento lo hacía yo solo, pero me quedé sin fuerzas. Me cogió de la mano, empezó a tirar, y Josefina también le ayudó. Yo, en ese momento, ya no tenía fuerzas. No voy a decir nada más de ellos, pero me gustaría que supieran que, a pesar de mis cambios de humor, tienen un lugar muy especial en mi corazón.

         Eli se pasó toda la tarde poniéndome paños de agua, bueno, y la noche. Tuvo que ser otro mal día para ella. Iba todo bien y vuelta atrás. Me preguntó que si se quedaba, y lo sentí por ella, pero le dije que sí. La necesitaba.

Esa misma tarde se presentaron otros amigos, Pepe y Angelines, con su hija Lety. Eligieron mala tarde. A Lety, que es joven, no le apetece ir a los hospitales y sé que esa tarde, por lo que me quiere, fue un esfuerzo importante para ella. Casi no podía hablar con ellos, y tenía calor. Tenía la camisa del pijama medio abierta, y todo el abdomen lleno de cardenales, por todos los pinchazos de un día y otro. Estaba hecho un Cristo, y le tuvo que impresionar. También me impresiona a mí. La primera vez que vi a su madre en la UCI, al principio, no sé por qué, pero junto con mi padrino fue la persona que ahora más recuerdo que me sensibilizó verla. No sé, pero me emocionó mucho verla, y me parece recordar que le dije que no pasara Pepe. Ya habían tenido ellos bastantes momentos duros de hospitales. Raúl, hermano de Lety, no recuerdo si fue esa semana o la posterior cuando vino a verme por primera vez, que yo recuerde. También nos quiere mucho. Luego me enteré de que se estaba examinando o conduciendo el coche, se estaba sacando el carné. Fuera lo que fuera, lo dejó en ese momento, no podía continuar. Nosotros los queremos mucho, los conocemos también desde su nacimiento. Recuerdo que no se había sacado el carné, pero Raúl va siempre muy deprisa, y ya tenía el coche. Me decía que, cuando me dieran el alta, él me iría a recoger con su coche. Luego, después de salir del hospital, quise volver un día al hospital a llevar una carta, a Politraumatismo, y me llevó él. Si hubiese querido, yo le habría podido llamar en cualquier momento, y estoy seguro de que se habría organizado de tal manera que le hubiese tenido para lo que me hiciera falta.

         Sigo tratando de recordar cosas, pero no con ánimo morboso o de dar pena, no es mi intención. Lo mío no es nada comparado con lo que están pasando mis sobrinos, Verónica y Fernando.

         La cantidad de veces que fueron a verme o no pasaron, pero sé que estaban, apoyando a su tía, haciéndome hasta recados o llevándome unos auriculares. Muchos de los días que iban, sé que Vero se encontraba mal, aunque ella, para no darle importancia, decía que no, que se encontraba bien.    Cómo si yo no tuviera ojos! Con otras personas creo que he sabido explicar mis sentimientos, pero con ellos son tantas cosas que no sé explicarlas, sólo puedo decir que los quiero mucho.

         Una de las personas que más he querido -y creo que seguiré queriendo, aunque algunas personas no lo entiendan- es mi hermano. Por motivos que no vienen al caso, estamos muy distanciados desde hace años. Eli le llamó y se presentó desde el primer momento, y me parece que al principio no pudo pasar. Hay personas que les ocurre, yo eso no me importa y no le recrimino en absoluto. Luego fue muchos días, los que fue a verme a pesar de nuestro distanciamiento pero, digamos, que esto fue un tema aparte. La verdad es que esos días le sentí como el hermano que siempre había tenido, y no hay cosas que más deseé -junto con que Vero se pueda recuperar- que el volver a tener a mi hermano algún día.


         Esa noche la pasé mal. Aparte de por cómo me encontraba, también por Eli. Iba a pasar muy mala noche. De vez en cuando habría los ojos y la veía, ahí, al borde de la cama, pendiente de cualquier movimiento mío. Tenía unas sensaciones casi como el día del ingreso, en cuanto a la respiración, pero en menor escala. Por fortuna, esa noche estaba para mí otra enfermera que me transmitía tranquilidad, Gema. Pasó varias veces por la noche, pero yo seguía empeorando, y ya sobre las siete hablando con nosotros, decidió llamar a la UVI. Me bajaron a Coronaria de nuevo. Nada más llegar, me quisieron poner otra vía. No exagero, me pincharon al menos tres enfermeras, y como poco, dos veces cada una. Desistieron diciendo: "Yo a este señor no le pincho más". No pillaban la vía. Yo me relajo bastante, pienso que cuanto más tranquilo esté uno mejor harán su trabajo, pero no hubo manera. Según escribo esto, me viene a la memoria Verónica y cuánto ha sufrido ella. Hace que lo mío sea hasta injusto contarlo. Estaban empeñadas en que me tumbara en la camilla, y yo les decía que no, que tumbado no podía respirar. Les dije que me levantaran el cabecero y me pusieran unas almohadas en el lado derecho. Así permanecí bastantes horas. Es como mejor podía respirar.

         Ahora me viene a la cabeza que desde las siete que me bajaron hasta las doce que Eli pudo verme, qué pasaría por su cabeza. Me dijo el doctor Lesmes que el problema que tenía era una infección en la vía central. Yo en ese momento ya había logrado que me sentaran en un sillón, y tenían que ponerme otra vía. Le dije que, por favor, trataran de ponérmela en el sillón. Me dijo que sería complicado pero que lo intentarían. Tumbarme en la cama en ese momento no podía, me costaba respirar. Me dijo que me relajara y que lo intentarían dentro de un rato. Serían las once y media y quizás, para tranquilizarme, dejaron que pasara Eli media hora antes de las visitas. Recuerdo que pasó Marcos con ella. Es el marido de otra sobrina, Cristina. Fueron muchas veces a verme, tanto juntos como por separado. Marcos fue muchas veces solo. Nos llevamos muy bien. Un día recuerdo que me llevaron una neverita y me vino de maravilla; luego les daba a las enfermeras el agua para que la metieran en el congelador y así tenía las cosas frías en la habitación. En general, no tengo mal recuerdo de nadie y si, en principio, alguien me falló, quizás yo también he fallado a mucha gente. Muchas veces fallamos sin malicia, por eso no le guardo rencor a nadie. Hay que buscar lo que nos une a los que queremos.

         Bueno, se acercó el doctor Lesmes. Se le veía muy campechano y buena persona. Me dijo que lo intentarían estando yo sentado y que, si la cosa salía mal, había la posibilidad de poner la vía en la ingle. Por lo que me enteré después, es bastante más doloroso. Me tenían que introducir un catéter, pincharon y salió mal. Se llenó de sangre. Después de dos intentos, me dijo que tenía que intentar tumbarme en la cama, que hiciera lo posible. No sé si fue por la tranquilidad que me transmitía a pesar de los fallos que así hice. Me tumbé y eché la cabeza hacia atrás con mucha calma. Me dieron tiempo, no me atosigaron y me dijo que tratarían de hacerlo lo más rápido posible. La sensación que sentí... Es algo que va entrando dentro de ti, penetrando -me imagino- por una arteria. Es una sensación rara pero, como digo, si tratas de estar relajado, es más fácil para todos. Me preguntó: ",Te duele?" Le dije: "No, se pude aguantar". Cuando acabó me preguntó que qué tal y le dije que bien, y le dije que él lo había pasado peor que yo, que había sudado más. Se rió.

A partir de ese día empezó a remitir la fiebre y fui mejorando. De hecho, a la mañana siguiente pasó un doctor de la UVI, que en principio me correspondía (ya sabéis, de los malos). Él también estuvo en mi ingreso (me conocía), me dijo que me iban a trasladar a la otra UVI, y se fue. Según se iba, ¡Qué miedo me entró por el cuerpo! En un segundo le pegué un grito cuando iba por el pasillo, y volvió un poco altivo. Me dijo que en la UVI no se daban gritos (ojalá hubiesen sido tan mirados en mi ingreso). Pero, como sabía que tenía razón en ese momento y me lo quería ganar, le pedí disculpas y las aceptó. Le expresé que me habían dicho que con esta enfermedad necesitaba estar tranquilo, y yo eso lo había logrado en Coronaria. Todavía me cuesta trabajo entender cómo accedió y me respetó, diciéndome que de acuerdo.

         Yo, digamos, era un poco rebelde, y como me encontraba con fuerzas, algunas veces forzaba la situación. Es curioso, era como si tuviera más fuerzas, quizás mentalmente, y mi cuerpo no me respondía en algunas ocasiones. Muchas veces me tenían que preparar la comida, y yo trataba como podía de pinchar con el tenedor. Por momentos no dominaba los brazos. A veces era una mezcla entre subir un poco el tenedor y bajar al mismo tiempo la cabeza, y juntarlos a mitad de camino. En otras, no podía bajar la cabeza porque luego no tendría fuerzas para levantarla. Pequeñas cositas. Cuando me iban a meter en la cama, siempre llamaban a los celadores. Yo les decía que no hacía falta que bajaran la cama. Yo me sentaba, me dejaba caer despacio, y así de fácil. Pero en las UVIS tienen muchísimo cuidado. Recuerdo que un día, estando sentado al borde de la cama, les pedí la pera para orinar. Me preguntaron que si podría solo, y les dije que sí. Era verdad. Me sostenía con fuerzas de pie, me aguantaban las piernas, pero en ese momento -me imagino que porque tocaba- me dio un debilitamiento en ellas, y qué rápido se acercó el suelo a mi cara. Se asustaron más las enfermeras que yo, pero no me hice nada. En esos momentos que me fallaban los brazos, las piernas, la lengua, etc., reconozco que me sentía un poco hundido. Pensaba que si sería para siempre, y me daba miedo. De hecho, cuando ocurría, trataba de ocultarlo. No sé si por no preocupar a Eli o por mi propio miedo.

         Mis necesidades mayores las hacía sentado en el sillón. Me ponían la cuña y un biombo, y luego me limpiaba la enfermera, yo no podía. Quiero recordar que la vía me la pusieron el día 17 y hasta el 20, que me volvieron a subir a planta, no hay nada muy reseñable. Quizás, la comida. En general, la podía elegir de una carta que me pasaban el día antes. En planta yo esperaba esa carta, pero nunca llegaba. Digamos que en la UVI comía como en un hotel, y en planta, corno si fuera casa Paco, pero a menú único.

         Llegué a la planta y, por suerte, no tuve que volver ya a la UVI. No recuerdo si ya se habían llevado a José a la residencia, y si no fue así, fue al poco tiempo. Me llevaron un nuevo compañero. Se llamaba Paco y estaba bastante fastidiado de los riñones y, digamos, que no era tan hablador como yo, pero según se fue recuperando, nos repartíamos los periódicos, organizábamos partidas de cartas... Digamos que el ambiente era distinto que con José.

         Me di cuenta de que me tenía que organizar. Para que el día no se me hiciera muy pesado, me levantaba sobre las seis y me iba, digamos que a un tipo de sala de espera. A esa hora se podía estar, el resto del día era un fumadero. No se podía ni pasar a la máquina de la bebida. Encima de que estaba prohibido fumar, tenían la sana costumbre de sentarse al lado de la máquina y la máquina ni se la veía del humo que había. Bueno, he exagerado un poco, es una licencia del autor... Me solía tomar un capuchino. Yo no soy muy cafetero, pero a esas horas y yo solito, me sabía muy bien. Luego sobre las seis y media, a la ducha. Era la mejor hora, ni molestas ni te molestan. Me echaba un rato en la cama, leía y esperaba a que empezase el día. Enfermeras, pinchazos, tensión, desayuno, salir para que hagan la habitación, esperar la visita del doctor... Y a la una, la comida -casi siempre antes- y a esa hora tenía cualquier visita menos Eli. Tuvo que empezar a trabajar, y venia por las tardes. Muchos días, después de la comida me cabreaba. Solía dormir un poco nada más comer, me daba sueño. Por las noches no dormía muy bien. De hecho, me tenía que ayudar con una pastilla.      En muchas ocasiones, al despertarme me encontraba con un periódico. Me lo había dejado mi hermano, y no me quería despertar. Me apetecía verlo y por eso me cabreaba. En esos días, creo que se portó muy bien conmigo. A las cinco, la merienda. A partir de esa hora se me hacía un poco más pesado el día. A las ocho, la cena, y luego trataba de que Eli se fuera lo antes posible, para que descansara. Luego, sobre las once, me gustaba llamarla para ver qué tal había llegado.

         Algunas mañanas, como ya tenía más fuerzas, me cogía el ascensor y me iba a la biblioteca, pero siempre estaba cerrada, o la capilla. Ahí tuve suerte, estaba abierta. Bajaba a ver a mi madre y también fui a ver a Sandra, la hija de Pedro y Julia, que había tenido una operación delicada. Tendría unos quince años, calculo. Lo que más me sorprendió cuando la vi es que, siendo una niña y con una operación, la pusieron una compañera de unos ochenta años, y a la pobre mujer no le funcionaba muy bien la cabeza. Lo ideal para que una niña coja ánimos... Menos mal que Julia estaba todo el día con ella, si no creo que habría salido corriendo.

         Una tarde bajé a la planta O. Vinieron mis cuñados, Femando e Isabel, y su hija Raquel -mi sobrina- con David, su marido, y Roberto. Me parece que tendría unos dos años y, como a los niños no los dejaban subir, bajé a verlos. Me parece que también estaba Susana. No tenía recuerdo de haberlos visto antes. Me parece que lo mío coincidió con sus vacaciones. Susana sí que recuerdo que fue de las primeras personas que vi al despertar, luego vino un sábado con David. Iban todos a comer a casa de Fernán y Vero. Su casa estaba muy cerca del hospital. Luego mi cuñado también vino otras tardes, pero como dije anteriormente, fue mucha la gente la que me visitó.

         A pesar de que todo iba bien, surgieron nuevas infecciones: en las heces unos hongos y no sé qué más. Una tarde que pasé al baño, no tuve más remedio que llamar a Eli para que me limpiara. Me era imposible. Luego todo eso se fue corrigiendo. Recuerdo que hasta el día en que me dieron el alta fue un poco más pesado. Llegaba un fin de semana y parecía que me podrían dar el alta, pero no fue hasta que llegó el 5 de julio. Me parece que esa mañana Fernán me dijo que si hacía falta me iba a buscar, puesto que ya sabíamos que ese día me iría, pero le dije que no. Después de tanto esperar, podía esperar a la tarde y salir con quien le había tocado todo el marrón: Eli.

         Es curioso. Estás deseando irte y cuando llega ese día, es una sensación rara. Es como si te fueras de tu casa, de tu cama. Después de más de un mes es como si algo tuyo se quedara allí. Claro, se queda una parte de tu vida y recuerdos de personas que se han portado muy bien contigo.

         Antes de salir, voy a recordar unas pequeñas cosas. El día que me dieron el croissant en la UVI, me dijeron que lo daban los domingos, como algo especial. Yo estaba cansado de todas las mañanas el mismo desayuno -descafeinado y una pera- y todos los días aburre, así que estaba esperando el domingo como si fuera la llegada de los Reyes Magos. Pues llega ese día pero no llegan los Reyes. Me dan una magdalenas. Creo que me dio hasta una bajada de tensión. Me habían timado. Vino a verme Andrés. Trabajamos juntos y venía sobre todo a verme los domingos por la mañana y hablábamos más tranquilamente, así que llegamos a un acuerdo: el próximo día me traería él los croissants. ¡Qué buenos estaban! Me tiré dos semanas esperándolos, como para que no me gustaran.

         La habitación era muy pequeña; de hecho, para pasar había que jugar antes al Tetrix. Es curioso, yo a ese hospital fui por primera vez hará unos treinta años. Mi abuelo estuvo ingresado unos días, y me parecían grandes las habitaciones, pero el paso del tiempo nos hace ver las cosas de otra manera. Cuando pasaba el doctor por las mañanas, recuerdo que al final acababa empujando la cama para un lado. No me podía casi ni examinar. El sillón, ni se podía abrir el respaldo; las señoras de la limpieza, se puede decir que limpiaban a golpes. Una mañana que estaba sentado, a la chica que le tocó esa mañana se le escapó la escoba. Yo estaba enfrente, y cayó justo encima de mi testículo derecho. Se me fue la respiración, pero no tuve más remedio que reírme. La chica se apuró un poco, y luego al rato volvió para pedirme disculpas. No hacían falta. Y me trajo un donut. Le dije que si me traía donuts, me podía golpear todos los días. Le dije a mi hermano que me trajera unos bombones para las enfermeras, cuando me iba a ir. Se me hacía la boca agua, pensé: "Cuando los abran, me darán alguno". Pues no, ni uno.

         En la primera UCI, algunas enfermeras -por su afán de cuidarte-muchas veces te tratan como a un niño. Recuerdo que esa tarde no se les ocurre otra cosa que mojarme la cabeza y peinarme con raya, como si fuera Juanin. En cuanto la enfermera se dio la vuelta, logré que mi mano y mi cabeza se encontraran a medio camino y me despeiné todo lo que pude. Con los que me encontraba a gusto, en seguida que me preguntaban algo, les pedía el abecedario o me lo daban directamente, y qué velocidad llegué a coger. Al final me decían que fuera más despacio, que no me podían seguir. Cuando me preguntaba alguien que no me caía bien, me señalaba la boca con el dedo, como diciendo: "No puedo hablar". La verdad es que esto creo que sólo se lo hice a una persona, pero es que conmigo no fue muy comunicativa. Fue la doctora que me explicó lo de la traqueotomía.

         En esa UCI pasé mucho calor. Era verano y no funcionaba el aire o no había. Lo que sé es que no lo sentía. El respirador se sujeta con una gasa, que pasa por detrás del cuello, y yo, encima con barba. Me molestaba bastante porque con las babas estaba mojada casi permanentemente, y no puedes decir cada cinco minutos que te la cambien. Es curioso, la barba me la querían afeitar desde el principio, pero yo me negaba y lo aceptaban. No era por la barba (luego vuelve a crecer), pero tenía pánico a que me tocaran en la goma de la nariz, por la que me alimentaba. En cuanto la tocaban, qué desagradable! Era como la de la orina. Siempre que, por accidente, tocaban alguna y veían que te molestaba, decían lo mismo: "Juan, no ha sido nada'. Yo pensaba: "Y una leche! Si la tuvieses tú, ya verías lo que se siente".

         Cuando me bajaron a la segunda UVI, un detalle me molestó mucho. Una persona que tenía puesto el respirador llamaba a la enfermera, para que le limpiara. Ya lo expliqué antes lo de meter la pajita, unos dos segundos, y parece que se te va la vida. Pues a esa enfermera le molestaba que la llamara y le contestó que no podía estar todo el rato limpiándole. En cuanto se va llenando de mocos, el mismo ruido lo indica, no es algo que tú lo pidas por capricho, y es una sensación muy desagradable, tanto eso como cuando te lo limpian, no se lo deseo a nadie. Bueno, sí, a esas enfermeras - digamos, tan poco profesionales-, para que sepan lo que se siente y fueran más humanas. Todas las sondas, respirador, etc., que me pusieron tuve la suerte de que no me enteré, pero cuando llegaba el momento de quitarlas, tenía cierto reparo. Pero fue muy sencillo, la enfermera que me quitó la de la orina simplemente me dijo que respirase hondo y ni me enteré.

         Anteriormente dije que no quería que pasaran a verme dos personas, más que nada porque creo que, en ese momento, me podía emocionar bastante. Al día siguiente ya dije que si querían pasar, que pasaran.

         Voy a tratar de recordar algunas personas de las que pasaron por allí, para hacérmelo más llevadero. Si no menciono a alguien, es error de imprenta. El orden no tiene nada que ver; todos los que me fueron a ver en cualquier momento, más veces o menos, me sirvieron de gran consuelo, al igual que mis tíos, que no pudieron ir, pero el hablar por teléfono con ellos me consolaba. Bueno, es un decir. Recuerdo que con mi tía me era casi imposible hablar, me emocionaba tanto que no podía hablar, y sé que si hubiesen podido no habrían salido del hospital. No lo digo por decir, es la pura verdad.


Eufemia, mi madre -que murió hace muy poco-, mi hermano Pepe, su mujer Luisa, mi hermana Mamen, Emilio, su hijo, y Antonio, su marido.

ANTONIO, JOSEFINA, ANTONIO, MARI JOSE, SR. ANTONIO, SU MUJER, RAFA, MARISOL, JAVI, MONTSE, FERNANDO, ISABEL, SUSANA, DAVID, RAQUEL, DAVID, ROBERTO, RAFA (EL PRIMER DÍA QUE LE VI LE DIJE "QUÉ MALO TENGO QUE ESTAR QUE TÚ QUE HABLAS POCO ESTÁS HABLANDO MÁS QUE YO), JESY, CRISTINA, MARCOS, MI PADRINO, CHIQUI, PEDRITO, NURIA, MARI CARMEN, MANOLO, ALBERTO, PILI, DOMINGO, GALO, PEDRO, JULIA, ANDRÉS, ELIAS, SUSANA NANI, JOSE Y MANOLO, LOLI Y HECTOR (No TENGO CONCIENCIA DE HABERLOS VISTO. FUERONAL PRINCIPIO. CUANDO YO ESTABA DE VIAJE)

JOSE, MARISOL, SARA, CREMA, JUAN, RAMÓN, ATTGELINES, PEPE, RAUL, LETICIA............................................................

Si no recuerdo a alguien, que me perdone, pero seguro que en algún momento de mi vida me habré acordado o me acordaré.

Sabía que quedaba alguien...........

FERNAN Y VERO. ¡AH! CREO QUE ELI TAMBIEN FUE


SALIDA DEL HOSPITAL

         Cuando Eli llegó, yo estaba ya preparado. Me había vestido y tenía recogidas las pocas cosas que tenía. Llevaba más de un mes en pijama, y el hecho de vestirme fue como el primer momento de volver a la vida normal Nos despedimos de las pocas enfermeras que vimos y llegamos al ascensor. Según me iba separando de esa planta, no sentía gran alegría. Sí, me quería ir, pero es como si te hubieras acostumbrado a vivir allí. Salimos a la calle y, por fin, sentí el aire de la calle. Bueno, más que aire, calor, estábamos en pleno Julio y en Madrid suele ser bastante caluroso. Al llegar a casa, Eli tenía que comprar algo en el súper y me apeteció acompañarla, quería probar mis fuerzas. Iba despacio, pero conseguí dar ese pequeño paseo. Cuando llegué a casa, sentí un gran alivio. Ya sentía que eso era más mío, y no el hospital.

         Salí del hospital tomando gran cantidad de corticoides, lo que provocó que me hinchara bastante. Después de ver una foto que me hice, creo que cuando me veían los demás les tenía que producir una sensación de pena. A pesar de que había bajado 10 kilos, el aspecto reflejaba lo contrario.

         Como quería colaborar, en case al día siguiente fui a un centro comercial, para comprar algunas cosas. No me costó un gran esfuerzo coger el coche, pero en el momento de meter la marcha atrás, me ayudé con las dos manos, no tenía fuerzas. Ya en el centro, iba pensando que tenía que coger las cosas tres veces. De pensarlo, creo que me cansé. Sobre todo era bebida, poner las cosas en el carro, del carro a la cinta y de la cinta al carro otra vez, y luego del carro al coche. Cuando aparqué el coche, saqué el carro de la compra, iba cargado, y no podía subir por las escaleras que llevan hasta mi portal. Me fui por el de los vecinos, que es todo rampa, aunque di más vuelta y tuve que parar dos o tres veces. Cuando llegué a mi portal, iba agotado y esperé a que llegara algún vecino, para que tirara del carro en el último escalón, a mí ya me fue imposible. Me agoté bastante, pero psicológicamente me vino bien. Fue mi primera salida.

         Por las mañanas intentaba salir a pasear, pero me encontraba incómodo. Con tanta medicación, al rato de estar andando me entraba descomposición y, de hecho, dos veces me lo hice encima. Era imposible controlarlo. Esto motivó que desistiera al principio de esos paseos.

         En alguna ocasión, vino Marcos a buscarme para dar un paseo. Un día fuimos a Xanadú y, en otra, a un parque en el que había máquinas para hacer gimnasia. También se unía que no podía controlar la orina y tenía una infección en los testículos. Casi todos los días me tenía que preparar la comida, y luego fregaba lo que había. Según caía el agua por el grifo, tenía que dejarlo e ir corriendo al baño. En aquellos primeros días, el hecho de hacer la comida y llevármela a la cocina me suponía un gran esfuerzo físico.


         En esos días, las llamadas eran constantes y, en muchas ocasiones, no podía ni coger el teléfono. Sé que en más de una ocasión, más de una persona se molestó. No entendían que, aparte del cansancio físico, también estaba el emocional. Estaba aburrido de contar todos los días lo mismo a las mismas personas. Se agradecen infinitamente las llamadas y que se preocupen por ti, pero todo lleva su tiempo. Creo que la única persona que conozco que puede entender esto es mi sobrina Verónica, el resto de personas sólo se lo pueden imaginar.

         Ahora pienso que los primeros meses después de salir del hospital fueron un poco difíciles de llevar, tanto por mí como por los que me rodeaban. Primero tienes que aceptar tu realidad y cuesta un poco. Quizás el que lo padece no se da cuenta, pero el carácter te cambia. Ves que los demás te tratan como con mucho cuidado. En muchas ocasiones, cuando venia alguien a casa y decían de ir a tomar algo, hasta que no pasó bastante tiempo no me encontraba con ánimos, pero insistía en que fueran ellos y que Eli fuera con ellos. Eso lo llevaba bien. El hecho de que no salieran porque yo no podía lo llevaba bastante peor, no lo soportaba, me hacía sentir culpable.

         Han pasado unos meses desde que dejé de escribir, y no se me ocurre nada más. Tan sólo que sigo con las visitas rutinarias a mi neurólogo, cada dos meses, y los últimos análisis han salido bastante bien. Yo me encuentro bastante bien.

         Pasado lo pasado, un abrazo a todos los que leáis esto. De una manera o de otra, formáis parte de mi vida.

26-05-08



JUAN BUENDÍA ÁVILA

INGRESE 2-6-2005

CAMA 1005

 

HOSPITAL 12 DE OCTUBRE

U.C.I. POLITRAUMATISMOS

GRACIAS

A todo el equipo Médico, que con su actuación, lograron salvarme la vida en un primer instante, y un recuerdo muy especial pura el Doctor DARÍO.

A los Médicos que seguían mi evolución a diario.

A los Enfermeros y Auxiliares, por sus cuidados permanentes, lavarme, dando ánimos etc.....

A los Celadores, que cargando con nuestros cuerpos, se dañan los suyos.

A las Señoras de la limpieza, por una mirada de consuelo.

A la Fisioterapeuta, por su amabilidad.

Al Abecedario, no sé como lo habría pasado sin él, era mi medio de comunicación. con lo simple e inhumano que parece.

GRACIAS a todos, perdón si se me olvida mencionar a alguien.

_Pic18También perdón, dado mi estado si en algún momento he sido impertinente con alguna persona.

 

Sin que nadie se moleste quiero mandar un recuerdo muy especial…

Doctora SUSANA

Enfermera ANA

Enfermero EDUARDO